viernes, 15 de enero de 2016

CREST

Como todas las mañanas en los últimos seis meses, salgo de casa. En el coche la misma música de siempre. Hoy parece especial, creo que habrá suerte, debe ser la temperatura de 8 grados bajo cero lo que me hace pensar que hoy voy a tener suerte.
Las últimas referencias que tengo de la persona que busco me la ha proporcionado alguien que la conoció hace ya tres años. El optimismo que proporcionan unas nuevas referencias y una nueva persona a la que buscar reconforta en el duro invierno.
Después de varios cientos de kilómetros recorridos por lugares jamás vistos por mí, llego a una ciudad, o pseudociudad, ya que parece desierta, deshabitada. Jamás pensé que tendría esta sensación de soledad en una ciudad. Está prohibido cruzar el puente con el coche, por lo que me debo resignar a aparcarlo en un parking público al otro lado del río.
Pongo el pie en el suelo y la sensación térmica de frio absoluto, hace mella en mis ilusiones de la mañana. Pero el fin que persigo es mayor, incapaz este fin de ser frenado por ninguna circunstancia meteorológica. Empiezo a caminar, cruzo sobre el puente. El puente que no había podido cruzar con el coche. El puente que salva un gran río que baja caudaloso. Mi cuerpo por momentos se va helando. El coche marca menos 9 grados y sopla mucho viento, nieva abundantemente sobre mí.
A penas he cruzado el rio me dirijo hacia la calle que me han dado la referencia. Las calles adoquinadas de piedras. Los comercios cerrados por la ventisca. No consigo encontrarla la dirección, callejeo, jamás pensé que iba a encontrarme en esta situación. La persona que me hablo de ella, es una persona seria y que merece todo mi respeto, además de ser de las últimas ramas a la que cogerme en esta nueva búsqueda, por eso estaba ahí. Entre temblores saco mi teléfono para ver si soy capaz de encontrar la dirección. Al fondo veo una torre de un castillo, que en otra ocasión hubiera sido reconfortante pero en esta ocasión no me parece como de costumbre que valga la pena mirarlo. Por fin el teléfono me ofrece buenas noticias, apenas doscientos metros me separan de la dirección que busco.
Ando de forma lenta y pausada, el viento es increíblemente fuerte, creo que después de esto dejare de buscar. Por fin llego al destino. Una casa vieja con dos plantas se presenta ante mis ojos. Una única ventana, una única puerta, un único timbre. Y ninguna respuesta a mis insistentes llamadas. Me derrumbo estrepitosamente, era mi última oportunidad de encontrar una logopeda para mi hijo. Mi hijo necesita una logopeda en su nuevo país y otra decepción más.
He decir que no es una historia inventada, he de decir que en los últimos seis meses prácticamente a diario inicio una búsqueda. Soy incapaz de encontrar logopeda u orthophoniste como lo llaman por estos lugares.
Quien tenga una logopeda cerca que la cuide, que la mime, que la valore, y que sepa que tiene un tesoro. Que la profesional que todas las sesiones esta con su hijo/hija haciendo la magia de hacerles hablar, tiene una gran suerte.
PD. Quien quiera saber cuál es la ciudad que me lo pregunte. Si alguna logopeda lee esto y quiere tener más información que me lo pregunte. Para lo demás seguiremos en contacto.